“El lienzo” de
Benjamin Stein
Adriana Hidalgo
Editora, Buenos Aires, 2015
Traducción de
Claudia Baricco
480 páginas
El
recurso es remanido: novela de doble entrada. Dos relatos en paralelo
que se encuentran en el medio del libro. Cualquiera de los dos
inicios ofrece una lectura “pasiva”, lineal, o la posibilidad de
una lectura intercalada de los capítulos de cada historia. Sí,
huele a Rayuela, a Elige tu propia aventura para
sibaritas intelectuales de barba, pipa y biblioteca de fondo, a
recurso que busca engordar una historia floja. Soy lector paranoico y
desconfiado, en toda forma rebuscada sospecho el disimulo de un
contenido débil.
Pero
debo reconocer también: soy fanático de Rayuela y cada vez
que escucho o leo críticas que entran a pegarle por su estructura,
que hablan de un añejado antes que de buen vino, de algo bastante avinagrado,
me duele. Quizás porque ese amor hacia Rayuela se apuntala en
el recuerdo de aquella primera lectura de adolescencia, una
revindicación de aquel Cortázar que me sorprendió a los diecisiete
años, una defensa melancólica, medio tanguera, más de lo afectivo
que de lo literario. Quizás porque me cuesta reconocer que ha
envejecido mal y que hoy puede resultar más efectivo la llegada al
planeta Última del mítico Dentro del ovni 54-40 que las idas
y vueltas entre Berthe Trepat y las morellianas en un bodoque difícil
de manejar (ni hablar si es una de esas ediciones de bolsillo a las
que nos acostumbraron desde los noventa – sí, también es un
objeto fetiche: colecciono ediciones de Rayuela – ).
Todo
eso, quizás. Pero, insisto, no puedo dejar de engancharme con esta
idea de leer que rompe con la linealidad, de avanzar, siempre para
adelante hasta el final. Entonces, El lienzo por ahí me ganó,
primeramente. Y ese triunfo de contratapa, de solapa marketinera
disfrazada de biografía y comentario crítico, no hubiese durado más
que un par de capítulos (afortunadamente, los cuarenta me encuentran
sin la culpa de abandonar libros luego de años de lecturas hasta el
final porque los mandamientos de Sarmiento, y las señoritas de la
primaria, y el control de lectura, y los textos completos que entran
en el final, y etc). Y la noche avanzó y el libro no lo abandoné,
porque hay algo en la construcción de “El lienzo” que excede
este jueguito de la estructura, esta aparente escritura a dos manos,
este juego de espejos, de dobles, de apariencias y sustituciones. Hay
una lógica narrativa que no discrima fuentes: la lógica de las
series que activan una abstinencia de la continuidad y que obliga a
meterle al siguiente capítulo; la tensión entre historia y ficción
(la misma novela se basa en hechos verídicos, dicen); el chichoneo
con elementos fantásticos; el exotismo (para mí) de la tradición
judía; la referencia histórica, política y cultural constante
(inevitable sorprenderse con las menciones a Puig y a Gabriela
Mistral); la vuelta de tuerca inesperada como eje estructurante; la
cuestión de la divinidad, la religión y la fe; los recuerdos, la
memoria y la verdad. Mikvaot (un concepto clave para la novela y
hasta ahí llega mi spoiler) diversas en donde el relato se hunde una
y otra vez para purificarse y renacer renovado en cada capítulo.
Hay
de todo, sí, y bien engarzado y es ahí en donde la novela de Stein,
como Los hombres son golpeados por la pelota funciona a varios
niveles: lectura de verano, novela de tensión, narrativa de alto
vuelo, libro que pide relectura, nudo de colectoras y bajadas a otras
búsquedas, lectura pipona que no empacha y que la acomoda en mi
estantería hipotética y calvinesca a la diestra de “Rayuela”.
Digo: no es poco y bien vale para reiniciar este espacio.